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martes, 23 de octubre de 2012

Violencia en la pareja

Pareciera que cada vez nos habituáramos más a la convivencia con la violencia en sus diversas formas. Tanto en el ámbito público, como en el privado. Si existe un común denominador para tan desgastantes y arrogantes actitudes estaría dado por la dificultad para pensar y pensarse a si mismo desde la alteridad, ante este desafío emerge el poder de la imposición unidireccional e indiscriminada.
En la intimidad de la pareja que consulta, se podrá comprender y precisar los mecanismos que subyacen a los episodios que implican sufrimiento. Los emergentes se presentan bajo la expresión de episodios de agresión física, con intervención judicial en algunos casos, abusos sexuales, otro tipo de perversiones, maltratos, humillaciones, desprecios, también es común la presencia de enfermedades y dolencias físicas, que convierte a los integrantes de la pareja en sobrevivientes alejados del primer contrato fundacional, se pierde de vista el proyecto de pareja inaugural. Luego es posible que se planteen la posibilidad de introducir algún acto innovador que desintoxique la dimensión vincular.
Cuando la pareja consulta, se intenta convencer al analista de estar ante la presencia de una víctima y un victimario (No me refiero a las asimetrías propias del género que disponen al hombre por lo general a una ventaja física). Uno puede quedar visualizado como el ejecutor directo de las conductas violentas, mientras que el otro alienta indirecta e inconcientemente las reacciones violentas, y no por ello  es menos responsable. Las preguntas que surgen pueden ser diversas y en función del grado de violencia vivenciada, como por ejemplo, ¿por qué la persona insiste en no abandonar al partener violento, aun bajo situaciones extremas que bordean lo mortífero? ¿Cuál es el impacto y qué tipo de perjuicios padecen los hijos participes involuntarios y testigos de la puja destructiva entre sus progenitores? Bajo estas circunstancias aquellas parejas que logran realizar la consulta son de mejor pronóstico en comparación a las personas que únicamente realizan el análisis personal e individual en donde queda por fuera la dinámica vincular indispensable para comprender la complejidad de los fenómenos de la violencia.
La rivalidad y la lucha por la concentración del poder y la verdad constituyen indicadores comunes en las desavenencias de la pareja.  Los embates destructivos quedan enlazados a una dimensión especular, que embiste al otro para que se adecue a las exigencias narcisistas de completud e indiferenciación. En una época en la que se alienta la identificación con los objetos de consumo ideales, muchas veces  la pareja metaforiza  esta línea de reproducción impersonal, en donde se estrechan los canales de intercambio creativo que involucre lo incierto, el riesgo necesario para el  ejercio de la libertad, que curiosamente sumerge en desconfianzas, y descontento en vista del potencial de alguno que pueda confrontar al otro con las primeras vivencias de desamparo y fragilidad que obligan a aceptar la dependencia emocional, propia de un vínculo de compromiso afectivo que resulta difícil de construir, en su lugar aparece el sometimiento aniquilador como una manera de hacer del otro un objeto de satisfacción del goce personal.

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